lunes, 4 de marzo de 2019

CON GANAS DE CUARESMA



Mañana miércoles comenzamos la Cuaresma.  Mientras escribo estas líneas repaso esta jornada de formación y sensibilización con el dolor que vivió Europa durante el prólogo y desarrollo de la IIGM. Se cumplen 75 años dela liberación de los primeros campos de exterminio nazi, y 75 años después nos parece que todo este dolor pareciera tema de algunas películas sobre el pasado, de alguna buena novela, y un problema de los totalitarismos pasados, que difícilmente entendemos cómo pudieron alzarse democráticamente.

Pensar el dolor de tantas personas, en la atrocidad de la sinrazón, en el servilismo ante el totalitarismo ilógico, sólo puede meditarse desde el dolor meditado de Cristo. Cuando contemplaba la parte posterior de la Capilla Católica de Dachau, admiraba la imagen de Cristo que acompaña este artículo. Cristo, varón de dolores, medita su dolor ante de ser crucificado No es un tema nuevo para el arte de Castilla del siglo XVII; varios ejemplos del arte conventual vallisoletano lo testifican, si ben, esta imagen en este lugar en donde se diseñó el método de castigo y muerte que se aplicaría en el resto de los campos, resulta estremecedor. Cuentan que en unas de las visitas del Papa Benedicto a este lugar le preguntaron en dónde estaba Dios durante este dolor, el Papa respondió lo que está imagen testifica: aquí, sufriendo y haciendo suyo el dolor de los hombres, sin palabras, hecho elocuente su silencio de Siervo.

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Como sabéis a la entrada de los campos se recibía a los presos con una falsa ilusión inscrita en la puerta: El trabajo libera. Sólo la Cruz de Cristo libera, sólo el Amor libera, sólo la Solidaridad libera.
La tentación es pensar que sólo fue cosa del pasado, de algunas personas influyentes, de mentalidades caducas…cuando sabemos que en el mundo actual hay tantas formas de eliminación y martirio de inocentes.


Nuestro calendario avanza, urgido por la esperanza. Pronto será Pascua y hemos de prepararnos a vivir en plenitud este tiempo: como bautizados que sabemos de la Libertad que nos ha liberado, como creyentes que necesitan liberarse de su condición de personas sujetas a la limitación del pecado, del miedo, de la conformidad, de la falta de riesgo.

Cada cuaresma hay que vivirla como si fuera nueva. Porque a fuerza de repetirla cada año corremos el peligro de que nos parezca algo banal, rutinario, ya conocido. Por otra parte, el ambiente social no favorece una buena vivencia de la Cuaresma. El mundo no tiene ganas de cuaresmas, sino de carnavales. La cuaresma invita a superar la superficialidad, el carnaval invita a la frivolidad. El cristiano tiene que ir a contracorriente, hacerse violencia para vivir su fe.

La cuaresma nos invita a tomar conciencia de lo que significa vivir cristianamente en el mundo de hoy. La clave de nuestra vida es Jesucristo, su persona, su mensaje, el misterio de su muerte y resurrección. El es la llave que abre nuestras puertas oscuras e ilumina nuestras tinieblas y malos momentos.

Mirando a Jesucristo descubrimos quienes somos nosotros. Jesucristo nos interpela y nos pregunta qué queremos hacer con nuestra vida, cómo queremos vivir: ¿pensando en nosotros mismos o siendo generosos y abriéndonos al sufrimiento de los demás?, ¿pensando en el placer inmediato o buscando un sentido para la vida?

Entre los testimonios de cómo transcurría a vida de los presos en Dachau, hay un signo muy bello. Los numerosos sacerdotes que fueron aquí confinados tenían un pequeño rincón de esperanza, una disimulada capilla en la oraban, celebraban y contemplaban el Amor de Jesús. Una custodia, tosca y simple, tallada en madera les servía para Exponer al Señor, en medio de este dolor. ¡Todo un signo! La Eucaristía que da sentido para vivir y entregar la vida, para rasgarse por los demás.
La primera palabra de la cuaresma es: “rasgad los corazones, no las vestiduras”. En el evangelio del miércoles de ceniza Jesús nos dice que “la cosa va por dentro”. Lo mismo dice el salmo 50: “renuévame por dentro con espíritu firme”. No se trata de hacer espectáculo de la religión. Se trata de volvernos hacia Dios: oración. De moderar nuestra autosuficiencia: ayuno. De compartir para que los pobres tengan lo que en justicia les corresponde: limosna. En suma, de mostrar en nuestra vida la inmensa bondad de Dios. Se trata de dar la espalda a todo cuanto nos aleja de Dios y de los hermanos, para ponernos de cara a Dios, a su amor, a su perdón, a su salvación.

El rito de la ceniza nos recuerda que nuestra vida es frágil: “eres polvo”. No busques en las cosas caducas lo que ellas no pueden darte. Por eso: “conviértete y cree en el evangelio”. Cambia de mentalidad. Busca en la palabra de Jesús la buena noticia que puede llenar tu corazón.

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