El cielo en la tierra toma forma, en la tierra de Dios,
y el Espíritu muestra el sentido en la tierra de Dios.
El Creador se torna criatura en la tierra de Dios.
La estrella hoy se detiene y alumbra en la noche de Dios
y acaban las tinieblas, pues la noche es noche de Dios
Amanece Judá para los hombres en la noche de Dios.
No esperamos ahora, lo tenemos, tenemos al Señor,
ni marchamos a hora tras la estrella, miramos al Señor.
La alegría se vino y la palpamos, la dicha es el Señor.
(Himno
cisterciense en La Oliva)
Virgen de la faja
Bartolome Esteban Murillo, 1655-1660
Colección privada
Entre Pascuas, tiempo de mirra.
Cuando en el signo de la fecha del ordenador desde donde escribo, se
van deslizando las horas primeras de este 2018, para ti lector, habrán pasado
ya unas semanas, y habrás celebrado que a quien hoy (desde La Oliva, enero 2018)
estamos alabando su Nombre y el canto
que transcribo como Himno ha sido el himno de Vísperas de esta tarde; para ti, en tu contexto y en Iglesia, habrás
celebrado las Candelas y lo habrás alabado como Luz para alumbrar a las
Naciones… Y sin embargo, en esta distancia, escasa novedad nos depara, poco
cambia, la Luz es la misma, en esta tierra de Dios, para esta noche de Dios, de
enero y en febrero.
Ya no esperamos, es verdad, lo tenemos, está entre nosotros,
ha crecido en gracia, sabiduría, también en estatura, y lo hace ante los ojos
de los hombres y lo hace guiado por la mirada de Dios. El Dios que nació se nos
hace mozo. Tanto que en breve ya es Cuaresma y será Pascua, hecho y derecho.
Vivimos estas semanas entre dos Pascuas, entre dos fuegos,
la luz de Belén y la luz del Gólgota. Por tres veces, como los Magos, nos
inclinamos: en la Navidad, en la Anunciación y en el Viernes Santo. Tres
inclinaciones, genuflexiones, reverencias litúrgicas que expresan la
continuidad y cambio, durante este breve tiempo.
La mirra que los Magos ofrecieron nos ayuda a entender esta
continuidad del Misterio revelado en Belén y cumplido en plenitud en la Pascua.
El que es adorado en su Infancia, lo es por el misterio de su misión redentora,
anunciando ya, intuyendo, prefigurando lo que va a acontecer. Recién nacido y ya tiene para todos un
“Seguro de vida eterna”. ¡Qué suerte, estamos dentro de la Póliza sin haber
pagado nada, por pura gratuidad hemos sido incorporados!
UNA PALABRA QUE ANUNCIAR
La lectura de Maitines, de la fecha en que os escribo, nos
hablaba del sueño del Amado. Buscamos a
alguien que duerme… y a pesar de que
duerme en abandonado sueño, su corazón permanece vigilante, en alusión directa
al Cantar de los Cantares (5,2): Ego dormio, et cor meum vigilat (Yo
duermo y mi corazón vela).
Los sueños del Niño y del adolescente Jesús, han sido
interpretado por la mística cristiana como una expresión de su autoconciencia,
de cómo fue descubriendo Jesús su misión mesiánica en el silencio de Nazaret.
Os invito a detenernos en esta secuencia. El sueño del Niño aunque no haya sido
narrado por los evangelios canónicos, forma parte de la iconografía cristiana
como una prefiguración de la Pasión de Cristo. Desde luego que son sueños
activos, mas no pesadillas infantiles. Dios cuida de ti. Dios vela por tus
desvelos. Jesús te cuida para que cuides. Su corazón vela; está vigilante…
Somos, más bien, nosotros, las vírgenes
imprudentes que descuidan la fe como el aceite, mientras el Novio se retarda.
Estos sueños del Niño Dios son representados por los artistas
en una rica iconografía: desde la cruz convertida en cama o cuna en donde
reposa el Infante; una losa o cubo pétreo, como prefiguración del sepulcro; o
un lecho custodiado por la atención maternal de María que lo vela. La idea de
asociar la pasión redentora de Cristo desde su mismo nacimiento fue muy antigua
y constatada en la espiritualidad desde la devotio
moderna.. Tras el Concilio de Trento el pensamiento cristiano, y el arte de
la Contrarreforma, descubrió que podía acercarse al Niño Jesús y sacar nuevas
enseñanzas de su debilidad, dirigiendo su mirada hacia los episodios que
mostraban la tierna inocencia de aquel que había nacido para morir en la cruz.
Se trató de retrotraer a la infancia de Jesús las características del Jesús
adulto, dando lugar a prefiguraciones de la Pasión para crear una dialéctica
entre la dulzura y ternura infantil con la tragedia del drama pasionario, dando
lugar a las imágenes conocidas como Niños Jesús de Pasión. Representaciones que
mostraban cómo Jesucristo desde su mismo nacimiento aceptó complaciente su
destino sufriente y salvífico, además de resaltar simbólicamente la estrecha
conexión entre los misterios de la Encarnación y de la Pasión de Cristo, al
identificar las maderas de la cuna de Belén con las de la cruz y los pañales
con el sudario que acogió su cuerpo muerto.
UNA IMAGEN PARA ORAR
Desde el pasado 5 de diciembre se expone en Sevilla La
Virgen de la faja, obra de Murillo que ha levantado una gran expectación al
regresar este lienzo a su Sevilla natal tras 180 años de su partida. En estos
próximos meses puede ser contemplada en el Espacio
Santa Clara, formando parte del núcleo de mayor interés de la Exposición Murillo y su estela. La Exposición de
modo elocuente transmite la habilidad de Murillo para crear en sus lienzos
escenas cercanas e íntimas en las que el espectador descubre afectos reales y
sinceros que suscitan empatía con el tema representado.
Esta capacidad de suscitar afecto abre el camino a un
diálogo más interior, una primera fase de llamada a la oración, pues sus
lienzos son como campanas calladas que nos convocan al Misterio. Para la
sociedad del XVII resultaba inseparable la capacidad de provocar esa comunión
con de sentimientos y afectos y los
valores plásticos y estéticos como obra artística.
El comitente de esta obra tenía muy claro que lo más
apreciaba en ella era la capacidad de “mover a la devoción”. Dicho comitente fue Juan de Federegui,
canónigo sevillano formado en La Sapienza. Cuando redacta testamento, un 19 de
octubre de 1673, legaba esta obra a su sobrino Luis de Federegui y se refiere a
la misma diciendo: “una hechura de lienzo de Nuestra Señora fajando a el Niño
Jesús y le pido la tenga en mucha estimación por ser de mi devoción y hechura
de Bartolome Morillo”. Así manifiesta el propietario su convicción de que la
pintura era realmente un vehículo para estimular su fe. Por eso no se
desprendió de ella cuando vendió sus obras de arte materiales, renunciado a sus
posesiones en favor de los pobres.
Cuando Murillo dio forma a esta escena se sirvió del modelo
reflejado en una estampa de Hendrick Goltzius que representaba la Natividad. En
este grabado se escenifica una atmósfera semejante: La Virgen mirando al Niño
con ternura toma con su mano el extremo de una gasa, al tiempo que dos ángeles
músicos (uno al laúd y otro al violín) les acompañan.
Estos elementos del grabado son tomados y modificados por
Murillo con el fin de enfatizar la prefiguración de la Pasión. La gasa se
transforma en un tejido más denso y de tono blanquecino que envuelve la
totalidad del cuerpo, (aunque vemos fajado por el momento sólo la parte
superior); en Murillo es una faja, una venda, en alusión a la Santa Unción del
Sepulcro. Los brazos del Niño se
extienden en forma de cruz, no tienen la disposición de juego, en
alusión a los brazos inertes tras el Desenclavo futuro. De un modo especial, la
mirada de María, se ha transformado en Murillo en una mirada melancólica, se ha
parado en la secuencia del fajado y contempla como en un momento la impresión
de lo que va a pasar, un déja vu a la
inversa. Se ha publicado un estudio sobre la simbología de Pasión en esta
iconografía; dicha iconología descubre la impronta simbólica del Prólogo del
Evangelio de Juan en este Niño, que es Palabra y Verbo encarnado. Sugiero una lectura
del mismo descubriendo
Llamo la atención del hecho de que esta obra siempre ha sido
leída y contemplada más allá de sus valores plásticos y anecdóticos, la ternura
de la imagen lleva a una lectura más profunda. Baste el ejemplo de una
reflexión suscitada en James Henry en 1874, cuando acude a Bonston a ver una selección de
30 obras del Duque de Montpensier, entre las que se encontraba este lienzo.
El crítico se refiere a la Virgen de la faja como la gema de la colección y en ella “veía la actitud más reverencial de los espectadores. Nos recordaron que
somos un pueblo bondadoso. Tomamos de lo que se nos da y nos sometemos a ser
tratados como niños y personas sencillas… (ante la fuerza de esta imagen), y
aunque ricos y poderosos, nos sentimos (ante ella) como indefensos en defensa
de la vieja tradición del mundo…
La Palaba eterna a través de la encarnación y la muerte
se ha hecho Palabra cercana.
Te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones
para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto.
El Padre no te entregó a la muerte ni te dejó conocer la
corrupción.
Has resucitado y has abierto el corazón de Dios
a la carne transformada.
Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla al
mundo,
para ser testigos de tu resurrección
(Inspirado en una
plegaria de San Juan Pablo II)
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