Este domingo entre la primera lectura y el evangelio hay una
distancia enorme. La primera lectura relata un momento de la historia de Israel
en que el pueblo, una vez vuelto del destierro, escucha de nuevo la
proclamación de la ley. Es la ley de Dios. Son las normas que Dios dio a sus
padres en el pasado y que deben ser obedecidas en todo momento. A cambio el
pueblo tendrá la vida. Si el pueblo fue vencido por sus enemigos y tuvo que ir
al destierro, fue precisamente porque no obedeció esas normas como debía.
En el Evangelio nos encontramos con una
situación muy distinta. Jesús ha vuelto a su ciudad natal después de un tiempo
fuera. Ya ha comenzado su vida pública y a sus conciudadanos ha llegado su
fama. Se siente enviado por Dios para predicar el Reino de Dios. ¿Estamos ante
una nueva proclamación de la ley? ¿Va a dar Jesús unas normas nuevas en
oposición a las que desde antiguo había recibido el pueblo? Posiblemente sus
conciudadanos se hacían también estas preguntas. Por eso, cuando entra en la
sinagoga, le invitan a hacer una lectura de los profetas y a que les
hable.
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