jueves, 14 de marzo de 2019

17 de marzo: Subir a la montaña, contemplar...


Meditación segundo domingo de Cuaresma 2019
“Levanta tus ojos al cielo…” (Gn 15,5)
Triunfar: es aquello que esperamos conseguir en todas nuestras empresas o en las acciones más sencillas que realizamos. También en nuestras relaciones y en el trato que mantenemos, profundo o más superficial, con otras personas. Nos medimos con frecuencia en esta categoría, que acoge multitud de sentidos y significados. Así nos hemos ido educando y recogiendo nuestras satisfacciones. Y, sin embargo, la experiencia nos sitúa habitualmente en la realidad opuesta… a veces creemos que nuestra falta de triunfos, como en el fútbol, se debe al entrenador, echamos balones fuera.El fracaso también forma parte de la existencia humana. Nos visita, se nos acerca en primera persona o en los que están a nuestro lado. En ocasiones nos paraliza, confunde nuestros planes más inmediatos, nos impide mirar hacia adelante.
Y según vamos madurando percibimos que lo real, lo más auténtico es aquello que nos hace vulnerables. Desde esa dimensión, profundamente humana, podemos caminar sin engaños ni fantasías, sintiéndonos solidarios y cercanos a tantos que se mueven en estos márgenes y acogen el desafío de salir adelante. La Cuaresma, en su invitación a reajustar los valores esenciales de nuestra vida, nos enfrenta con el modo en que hacemos del triunfo una trampa y de su búsqueda una obsesión engañosa.

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Poner los pies en la tierra cuaresmal nos empuja a vivir con corazón descalzo, sencillo, auténtico. A vivir así, descartando fantasías y sueños y asumiendo lo más auténtico de la propia realidad, también se aprende.Jesús también necesitó discernir su triunfo. Lo deseaban los suyos y estaba en el sentir general de Israel, que no podía concebir a un Dios capaz de escribir un plan de futuro con trazos de fracaso. Las voces de fuera también debían resonar en su adentro. Y por eso buscó el espacio y el tiempo para escuchar. El relato evangélico nos lo presenta, de una forma especialmente gráfica, en la montaña. Allí busca la soledad que le permita ver con claridad el camino a seguir.

La oración le permitió acoger una luz que no estaba fuera sino dentro. Una luz que le revelaba en lo profundo su identidad de hijo amado, y que le hacía sentirse parte de una Historia que llegaba a su meta: la ley cumplida, la profecía realizada… Y un plan que contempla, desde aquel alto, la cruz como posibilidad de amor y entrega.

Triunfar pasa para Jesús por seguir caminando desde lo frágil, lo humano. Quizá en oscuridad y lucha, pero avanzando en entrega y confianza. Sin poder ni reconocimiento, asumiendo la propia contradicción y el descontento ajeno… “Hagamos tres tiendas”, dicen los que temen el dolor y permanecen adormilados; retengamos la gloria, vivamos de flashes que alumbran instantes y que no dan para ver el horizonte, vivamos quietos, evitemos el riesgo, aprovechemos el momento… “Silencio”, dicen sin decir los que no subieron a la montaña y permanecen indiferentes, ajenos a una salvación que se les ofrece y que no necesitan: la vida sigue igual para ellos, que no están para novedades o proyectos… “Escuchadle”, resuena alrededor de la escena, y llega desde Dios a nuestros oídos, a todos los oyentes de la Historia.

Son sus palabras pero sobre todo sus hechos: la aceptación del amor, del perdón, de la misericordia y la entrega como el lenguaje que acoge el fracaso y abre con él nuevos caminos. Escuchar al que es amado y escogido, porque ofrece una manera diferente de abordar esta vida, de asumir la vulnerabilidad dándole un sentido que la convierte en eterna…

Seguimos caminando. Percibimos cómo sigue resonando la voz del Tabor, que habla de Jesús y nos define a nosotros: amados y en proceso, con la verdad -que es sello de Dios- en nuestras manos. Fortalecidos con su palabra y confiados en ella, avanzamos en Cuaresma hacia la Jerusalén que espera nuestra entrega.


Unas preguntas para la reflexión….¿Cómo me llevo con el triunfo y con el fracaso? ¿Cómo han definido mi vida y cómo los ordeno en este momento? ¿Cómo tiran de mí, a nivel social, estos dos aspectos?¿Qué he aprendido de los triunfadores? ¿Qué me han enseñado los fracasados y vulnerables?¿Seré yo de los que ya no suben a la montaña de la palabra, porque me lo sé todo, porque tengo mi vida hecha, porque mi religiosidad me hace sentirme seguro?¿O seré de los que construyen tiendas efímeras en los momentos de triunfo para no dejarlos pasar, porque tengo miedo a una fe que duele y exige? ¿Vivo una experiencia religiosa de proceso y camino, o de pobre fervor y simple providencialismo?¿Escucho lo que Dios me dice de Jesús? ¿Dejo que Jesús me hable? ¿Esto me da fuerza para asumir mi propio proceso personal?¿Acojo sin miedo lo que Dios me dice desde la vida de Jesús? “Tú eres mi hijo amado, escogido, predilecto…”

PARA ORAR

TUS AMIGOS, SEÑOR


Subiste al Tabor, y lejos de olvidarnos,
nos invitaste a escalar contigo.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Ascendiste al Tabor, y sin dejarnos de lado,
nos hiciste partícipes de algo, que lejos de ser sueño,
fue gloria, presagio, anuncio, pasión, muerte y futuro.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Te alejaste, por un momento, de los que solicitaban tu mano
para quedar sanos
tu mirada para recuperar la fe en su vivir
tus pisadas, para saber por dónde caminar.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Nos cogiste, Señor, y para que supiéramos lo qué era el bien
nos hiciste testigos de una Gloria
de un triunfo, de una cruz, de una pasión
y de una Resurrección que, a todos los que creemos, nos espera
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Trepamos contigo, Señor, a la montaña
y, con nuestros ojos abiertos al Misterio
supimos que algo extraordinario ocurría delante de nosotros:
una voz del cielo, dos rostros conversando contigo y un cielo abierto
¡Qué bien, Señor, estábamos en ese momento!
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Sólo sabemos, Señor, que somos tus amigos
y que, todos los domingos, en la Eucaristía
nos rescatas del mundo a la Gloria de Dios
del sin sentido, a la sensatez
de la mentira, a la verdad
de la debilidad, a la fortaleza
de la muerte, a la Resurrección.
Sólo sabemos, Señor, que algo bueno tenemos
cuando, siendo como somos,
compartes con nosotros estos momentos de bienestar para el alma y para la vida.

Amén.

(Javier Leoz)

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