Cuando Jesús apareció había una gran expectación sobre el
Mesías anunciado. Y se presentó con las manos vacías: no repartía pan, ni
distribuía tierras, ni prometía la salida de los opresores. Sin embargo,
afirmaba que el Reino de Dios había llegado. No venía a cambiar milagrosamente
la situación dolorosa de la humanidad. Sus seguidores no pueden esperar verse
colmados de favores, de salud, de dinero, de consideración y de prestigio
humano. Y aun así les dice: ¡Felices!
Jesús nos ofrece una nueva manera de estar en la tierra
Lucas presenta las bienaventuranzas como destinadas a los
pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos, y Jesús
les dice: “vuestro es el reino de Dios”, “quedaréis saciados”, “reiréis”,
“vuestra recompensa será grande en el cielo”.
El término griego que usa Lucas para indicar “pobres”
traduce los que, en el Antiguo Testamento, definían a una clase de personas:
los desprotegidos, los explotados, los pequeños y sin voz, las víctimas de la
injusticia, que con frecuencia son privados de sus derechos y de su dignidad
por la arbitrariedad de los poderosos. Por eso, tienen hambre, lloran, son
perseguidos.
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