miércoles, 16 de enero de 2019

CON ÉL LA FIESTA EMPEZÓ


Las Bodas de Caná
Bartolomé Esteban Murillo. 1670-1675
179 x 235 cm.
Museo Barber Institute of Fine Arts







Con Él la fiesta empezó


De virtudes teologales
Colma mi vaso terroso,
De mis cardos, haz trigales
Para gloria del Esposo,
Y exprime de mis zarzales
Vino puro y generoso.

María, “No tienen vino”
Dile de nuevo al Señor.
Al andar hago camino,
Concédeme este favor:
En el lagar y en el molino
Dar fruto dulce del amor.

            María de Cristo Rey
            Monasterio de Santa Clara, (Sigüenza)




Para quienes hemos podido asistir a la representación del música 33, no hace falta demasiadas referencias a la importancia que en este nuevo musical sobre Jesús, se da a la figura de María, siguiendo el evangelio de Juan, María aparece como la Mujer que suscita la hora mesiánica; quien nos abre y sirve el mejor vino, quien nos recuerda que con Él, la fiesta del Reino ha comenzado. María es catalizadora de los tiempos mesiánicos, memoria de los inicios que gracias a ella pasan a ser públicos.

No sé si se prolongará la representación de este musical, y no es mi intención aquí emitir una crítica, pero al menos quisiera destacar la huella que el pasaje de Caná imprime en el musical, parece como si el aroma del vino de Caná y la fiesta llegasen hasta la Pascua. Y en esa continuidad contemplativa de María hacia el misterio del Reino, es en donde debemos aprender a ser discípulos, la consigna no es una orden para sirvientes, sino una clave del seguimiento: Haced lo que Él os diga.

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Sus palabras atraviesan los tiempos, se actualizan en nosotros como la versión del montaje fotográfico inspirado en la obra de Murillo que acompaña este artículo. Cuando lo vi, me pareció estar de nuevo en el espacio 33 viendo el musical, qué tendrá la intuición de Murillo que puede releerse en cualquier época, en el fondo, es sabor a evangelio.




Como entonces, Jesús toma el agua de tu vida, sólo Él la puede transformar en vino. Él cata la profundidad de tu existencia, y desde su vaciedad e integridad acuosa, Él es capaz de criar el mejor caldo, un Gran Reserva de su evangelio. 

DESDE LA PALABRA

De mano de Juan y María, de mano que quienes asistieron a esa fiesta, nos acercamos hasta a aquella aldea, de puntillas, para que nuestros pasos discretos no interrumpan la música de fiesta. Nos invitamos a la boda, como aquellos que se acercan a ver el vestido de la novia, nos intriga el amor de los novios...Invitados a la boda. María lo estaba, y con ella acuden Jesús y los suyos. María, la Mujer acompañada nos lleva y nos trae a Jesús. Es la Mujer Nueva que genera familia, crea Iglesia, pues ha llegado el Esperado, va comenzar su Hora. La Hora mesiánica comienza en un contexto de amor, de esponsalidad. María es la llave que abre los tiempos mesiánicos, ella suscita la Hora. Siempre me ha admirado el detalle del evangelio que sucede tras la respuesta de Jesús: A ti y a mí, qué mujer… Lo habitual hubiera sido una respuesta insistente por parte de María haciendo ver al Hijo la importancia de que faltase el vino; quizá se podría haber callado para no forzar la situación, no era su problema, ella no había derramado el vino ni se había comprometido a dárselo, no era su problema…María no insiste en su solicitud, ni hace suyo el problema ni da una solución de compromiso, tan sólo suscita el milagro, pasa al gran hecho: Haced lo que Él os diga. Da por asentado que Jesús accede, y se dirige a los sirvientes. María no precipita los tiempos, no fuerza la situación respecto a la Hora, ofrece el marco ideal para que ésta se inicie

Romano el Meloda realizó una paráfrasis de este texto evangélico en un hermoso poema, del que recordamos algunos versos:

Por favor, Virgen venerable,
¿qué milagros has contemplado para saber que tu Hijo
sin haber vendimiado la uva,
podía conceder el vino?


Al llegarnos a Caná, descubrimos una madre, no es la madrina, ni su porte llama la atención de los indiscretos. Sin embargo aunque no la miren, ella mira, ella descubre, ella está atenta. Aprendemos a mirar cómo mira la no ignorada. Tan sencilla, que hasta parece que su propio Hijo desatiende inicialmente su ruego. Pero Jesús, sin más discursos, recuerda que sus ojos miran como los de su madre, en comunión de niñas, siente que de Niño le enseñó a mirar con el corazón, y que el corazón no distingue los asuntos, porque la causa del hombre es la causa de Dios, y “a ti y a mí” nos llevan a implicarnos en las causas de los débiles.

Desde esa comunión, no se necesitan más réplicas, ni diálogos convincentes, de si es la hora, ha llegado el TIEMPO de AMAR. Una nueva hoja cae en el calendario, Kairós ha vencido a Cronos, ha llegado la hora de salvación. La oportunidad se llamará ocasión, y ya no la pintarán calva. A la oportunidad de amar, a la ocasión que suscita la Hora, Juan la ha pintado como novia en Caná.

Y desde este cuadro, desde este nuevo modo de entender la ocasión, sabemos que si nos dejamos guiar por el Haced lo que Él os diga, surge un nuevo orden, una nueva creación, donde las vaciedades en número de seis, se transformen en plenitud desconocida.

Qué fuerza la de estas palabras. Nos cautiva la firmeza de la escena, Jesús que en todo momento “controla la escena”. No es mago incipiente al que se le escape algún detalle. De la chistera de su corazón descubre un manantial que resulta abierto desde siempre, aunque tuvo que llegar la ocasión de la espita, María lo ha conseguido.




DESDE LA TRADICIÓN

Poder disfrutar hasta el próximo 17 de marzo de la Exposición de Murillo en el Bellas Artes de Sevilla, nos ha devuelto a España, una de sus obras más coloristas y complejas: Las Bodas de Caná. Configura la escena con veinte personas, algo que es excepcional en sus composiciones, que suelen contar con un número más reducido de personajes. En el centro se hallan los novios, inundados por la luz blanca y potente que se dirige hacia los cántaros de primer plano, verdaderos protagonistas de la escena. Los personajes aparecen ataviados con vestimentas de diversas épocas, los protagonistas ofrecen una imagen orientalista, los siervos, sin embargo, visten a la moda del siglo XVII, de un modo especial el joven africano, que se mueve entre los criados que están llenando las cántaras, dentro de la sala. En la parte posterior, algunos comensales parecen murmurar… ¿qué pasará con esa invitación tan curiosa de llenar las tinajas de agua?

La compleja escenografía parece casi una fiesta oriental en la época del artista. El empleo de estos vestidos, la amplitud del escenario y el gran número de figuras empleadas traen a la memoria las escenas inspiradas en la obra de Veronés, de quien toma incluso la referencia a la arquitectura clasicista palaciega en la que se desarrolla la escena. La iluminación utilizada por el maestro configura un sensacional efecto atmosférico, diluyendo los personajes del fondo, de la misma manera que hace Velázquez. Sin embargo, Murillo no renuncia a recoger todo tipo de detalles, especialmente en primer plano.

UNA IMAGEN PARA ORAR

Murillo nos invita a perdernos en la escena: ser aprendiz apóstol que hace suyas las palabras de María a los sirvientes; ser dóciles a la invitación como ellos y llenar las tinajas sin reservas; ser como los esposos que casi ajenos a lo que ha pasado sólo piensan que el amor es la fiesta que da sentido al vivir. Ser testigos callados como el pequeño can fiel que mira atento las manos de Jesús, no es convidado de piedra como alguno de los asistentes, ni duda de la eficacia de sus palabras, no pregunta por el porqué o el cómo… sólo es fiel.

La copa de dulce vino
de Caná de Galilea
mi alma de ti desea,
Jesús, esposo divino.
Ese era el vino guardado
para las Bodas del Hijo,
la copa del regocijo
que inaugura su reinado.
Era el vino del inicio
que Dios consigo tenía
y ahora en la Eucaristía
es sangre del sacrificio.
Madre amada, profetisa,
que ves donde no se ve,
Jesús acepta tu fe,
y obra en su Hora indivisa
Este signo es la primicia
de los que vienen después:
Jesús nos da lo que es,
que es don del Padre y delicia.


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