Estamos en primavera, tiempo de alegría, colores vivos,
esperanza, despertar de las flores y las plantas, la Pascua es también como la
primavera para la Iglesia y en nuestros templos se nota que estamos en la
primavera pascual: en el blanco de nuestras vestimentas, las flores, el agua,
el cirio… Pero la Pascua también se tiene que notar en la vida de cada día.
Cómo: En esta Pascua Dios nos hace varios regalos a través
de la Palabra de este Domingo:
Se presenta a los apóstoles resucitado y en su trabajo
propio, pescando, fuera del templo, en la cotidianeidad de sus vidas,
manifestando que a Jesús hay que ir descubriéndolo en nuestro día a día, en
nuestro quehacer diario, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los
demás…, porque Jesús se nos manifiesta en la sencillez de la vida.
Jesús también se hace presente a los apóstoles en el servicio;
con actitud humilde les prepara la comida para que cojan fuerzas y puedan
realizar la tarea de anunciarle. A nosotros también nos invita a hacer lo
mismo: a seguirle (le dice a Simón Pedro: “sígueme”) y a que demos testimonio
de Él siguiendo el ejemplo que Él nos dio: “preparando la comida” a otros con
la misma actitud de humidad y la misma disponibilidad como Él lo hizo.
También nos invita a participar de la Eucaristía: “vamos a
almorzar”.
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A Pedro le da el encargo (misión)de amar, servir, “echar las
redes”…, y eso en nombre de Jesús. A nosotros también nos pregunta tres veces
si le amamos, y nos invita a apacentar sus corderos, sus ovejas y finalmente
nos dice que le sigamos: “sígueme”.
No nos cansamos de contemplar esta imagen pascual como
nuestra imagen ordinaria de la Capilla Genesaret. La barca, las redes repletas,
el timón disponible, las luces de amanecer, la mesa dispuesta y el pan con
frutos abundantes. El encuentro se hace real en cada eucaristía.
Profundizando el mensaje:
Jesús, después de resucitar, se apareció varias veces a sus
discípulos dándoles pruebas de que estaba vivo; esta es la tercera vez que lo
hace y, a diferencia de las anteriores que se apareció en Jerusalén, esta vez
lo hace junto al mar de Tiberiades, el lago GENESARET en Galilea.
Parece que la fe en Jesús resucitado por parte de los
discípulos era ya evidente y lo que pretende con esta tercera aparición es
afianzar a los discípulos en dicha fe. ¿Y por qué esta vez se les aparece en
Galilea y junto al mar de Tiberiades?. Para subrayar, a través del lenguaje
simbólico de la pesca, cuál debería ser la misión de los discípulos: “ser
pescadores de hombre” (Mc 1,17; Lc 5, 1-11). Y descubrir, a través de esa
“pesca”, que el rostro de Dios se manifiesta a través de los demás. Pero, para
ser buenos pescadores, no basta con que queramos salir a pescar, eso lo
hicieron también Simón Pedro y los discípulos y no pescaron nada, sino que es
necesario que escuchemos la llamada del Resucitado, porque sin la presencia de
Jesús, sin su aliento y su guía orientadora, no hay evangelización fecunda.
Si nos fijamos bien en los discípulos a los que se apareció
Jesús descubrimos que no eran más que siete: cuatro pertenecientes al grupo de
los Doce y tres a los “otros”. El número siete tiene un carácter simbólico
expresando la plenitud y la totalidad, significando que la tarea de la “pesca”
es responsabilidad de toda la Iglesia; esa es la misión de la Iglesia siendo
Simón Pedro el capitán de ese barco que es la Iglesia universal, al que Jesús le
pregunta tres veces si le ama, le manda “apacentar sus corderos”, “sus ovejas”.
Y le pide: “sígueme”. Ante esa petición Simón Pedro le responde: “tú sabes que
te quiero”, “tú lo sabes todo”.
La red que no se rompe señala, por un lado, la unidad de la
Iglesia y por otro, la capacidad de recibir en su seno a todos los hombres sin
distinción de raza, sexo, cultura, mentalidad, religión…, a todos sin
excepción. Esa misma plenitud y universalidad de la Iglesia se representa con
el número de peces que cogieron: 153 (es un número triangular que procede de la
suma 1+2+3..., hasta el 17. El número 17 no es simbólico pero sí lo son el 10 y
el 7).
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