Desde que Dios se ha encarnado, la humanidad del Resucitado es el lugar de encuentro con su misterio. Encarnación y resurrección testimonian los dos movimientos de misericordia de Dios hacia nosotros en orden a la vida plena que Jesús ha anunciado y ha consumado.
«Ser morada de Dios», a la luz de la Pascua, implicará a cada persona cristiana asumir la vocación y la misión de ser un lugar de encuentro entre Dios y la humanidad; entre la compasión de Dios y la fragilidad humana, entre el perdón de Dios y el pecado humano, entre la ternura de Dios y la vulnerabilidad humana.
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En tiempos de movilidad humana, muchas veces no elegida, muchas veces padecida, «ser morada de Dios» significa hacerse capaz de acoger cordialmente a quienes han sido excluidos del sistema social, cultural, político o religioso, ofreciendo palabras y gestos concretos de una esperanza que se traduzca como caridad solidaria.
En tiempos de movilidad humana, muchas veces no elegida, muchas veces padecida, «ser morada de Dios» significa hacerse capaz de acoger cordialmente a quienes han sido excluidos del sistema social, cultural, político o religioso, ofreciendo palabras y gestos concretos de una esperanza que se traduzca como caridad solidaria.
La espera del Espíritu no es una realidad estática en la vida de la Iglesia. Tampoco será quedarse en su zona de confort sin comprometerse con la historia y la realidad. Se trata más bien de confiar en la promesa de Jesús en orden a consolidar la identidad, fortalecer la vida y acompañar la misión de la comunidad. Discernimiento, comunión y parresia fueron, son y serán necesarios para salir al encuentro del mundo y anunciar el Evangelio.
La misión del Espíritu de «enseñar» y «recordar», no es la de hacer una memoria arqueológica que evoque con nostalgia las glorias del pasado, sino una actualización y una profundización de la presencia de Jesús de Nazaret en la memoria viva de la Iglesia. Jesús nos promete la paz: La paz que ofrece Jesús a sus discípulos no nace de la ausencia de conflictos ni de la inercia de quien no se involucra en los acontecimientos de la historia, sino de la confianza que ofrece el Resucitado a quienes se animan a seguirlo radicalmente.
La paz que ofrece el mundo no es una paz verdadera sino una «negociación de partes» a través de la cual se quieren evitar confrontaciones. Donde hay uniformidad no hay paz. Donde hay complicidad no hay paz. Allí donde sea necesario negociar la fe, la vida y los valores, no puede existir una paz verdadera.
Los seguidores de Jesús estamos llamados a ser signos de contradicción por querer construir un mundo más humano, más fraterno y más solidario. Buscar la paz implicará muchas veces ir contracorriente del consumismo, del hedonismo y del relativismo. La paz, como don del Resucitado, siempre invita a buscar caminos de diálogo y reconciliación. Un cristianismo que apelara a la violencia para justificar una ideología, se apartaría del camino que el mismo Jesús de Nazaret trazó con sus palabras y sus gestos.
La misión del Espíritu de «enseñar» y «recordar», no es la de hacer una memoria arqueológica que evoque con nostalgia las glorias del pasado, sino una actualización y una profundización de la presencia de Jesús de Nazaret en la memoria viva de la Iglesia. Jesús nos promete la paz: La paz que ofrece Jesús a sus discípulos no nace de la ausencia de conflictos ni de la inercia de quien no se involucra en los acontecimientos de la historia, sino de la confianza que ofrece el Resucitado a quienes se animan a seguirlo radicalmente.
La paz que ofrece el mundo no es una paz verdadera sino una «negociación de partes» a través de la cual se quieren evitar confrontaciones. Donde hay uniformidad no hay paz. Donde hay complicidad no hay paz. Allí donde sea necesario negociar la fe, la vida y los valores, no puede existir una paz verdadera.
Los seguidores de Jesús estamos llamados a ser signos de contradicción por querer construir un mundo más humano, más fraterno y más solidario. Buscar la paz implicará muchas veces ir contracorriente del consumismo, del hedonismo y del relativismo. La paz, como don del Resucitado, siempre invita a buscar caminos de diálogo y reconciliación. Un cristianismo que apelara a la violencia para justificar una ideología, se apartaría del camino que el mismo Jesús de Nazaret trazó con sus palabras y sus gestos.
PARA PEDIR EL ESPÍRITU Y RECIBIR SU PAZ.
QUIERO ESTAR CONTIGO,
SEÑOR
Cerca
para no perderte, y no perdiéndome de Ti,
no
olvidar a los que, día a día, me rodean.
Que
tu Palabra, Señor, sea la que me empuje
a
no olvidarte, y no olvidándote,
dar
razón de tu presencia aquí y ahora
QUIERO ESTAR CONTIGO,
SEÑOR
Y,
a pesar del vacío que existe en el mundo
intentar
llenarlo con mi débil esfuerzo
con
mis frágiles palabras
con
mi alegría fruto de mi encuentro contigo.
Ayúdame,
Señor, a guardar tu Palabra
A
llevarla cosida a mis pensamientos
A
practicarla en las pequeñas obras de cada día
A
demostrarme a mí mismo
que,
cumpliendo tus deseos
y
guardando tus promesas,
es
como podré alcanzar la Vida Eterna.
QUIERO ESTAR CONTIGO,
SEÑOR
En
las horas de luz, cuando a las claras te veo
y
en las noches oscuras, al sentir que te pierdo
En
las pruebas amargas, cuando eres mi bálsamo
Y
en los instantes de soledad cuando avanzo sólo
Aquí
me tienes, Señor, torpe y débil
pero
recordando que, cumplir y amar tu Palabra,
es
la mejor autopista para llegarme hasta el cielo
Amén.
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