Silbos amorosos
El Cántico Espiritual de San Juan de La Cruz utiliza esta
acertada imagen. De nuestros labios surgen diversos modos de comunicación, la
palabra y el aliento hecho silbo. Ambos
nos remiten el interior que se comunica, se expande, busca el abrazo de la
escucha. En este domingo dejamos que el Pastor Bueno se comunique, así lo
anunció Jesús: Mis ovejas escucharán mi voz.
La comunicación es la acción más radicalmente humana. La
incomunicación es inhumana, genera tristeza, es fuente de violencia y se
encuentra en la raíz de todas las guerras que la humanidad ha tenido hasta el presente.
La incomunicación desfigura el mundo y sus rostros; es fuente de ansiedad y
perturbación. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado el
estrés que genera sentir la falta de comunicación o el no estar conectado.
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La vida íntima de Dios es comunicación permanente entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios se comunicó en Hijo en la historia
humana y se sigue comunicando día a día para nosotros por medio de su Espíritu.
Dios no se ha guardado nada para sí mismo y, por la Escritura, sabemos que está
atento a los gritos y clamores del mundo.
Uno de los discípulos tuvo la suerte de reclinar su cabeza
en el pecho de Jesús y oír los latidos de su corazón. Dios tiene un corazón que
late, un corazón vivo. Es un acto de fe creer que Dios nos escucha y acompaña
porque su corazón, como sabemos por el testimonio del apóstol que reclinó su
cabeza en el pecho de Jesús, sigue latiendo por nosotros y que lo seguirá
haciendo por toda la eternidad.
La experiencia del encuentro con la voz de Dios es
individual, pero la salvación ofrecida por Dios es universal. Persona y
comunidad, individuo y totalidad humana, se entrecruzan porque no podemos vivir
incomunicados ni desconectados. Los cristianos tenemos como fundamento de lo
que somos la vida de Jesús, confesado como el Cristo, y un proyecto que
realizar: ir construyendo con su aliento y Espíritu el Reino de Dios. La voz de
Jesús es la misma que la del Padre eterno, “Yo y el Padre somos una sola cosa”,
y está, sobre todo, en su Palabra proclamada en la Iglesia en cada celebración
y contenida, de modo eminente, en la Biblia, Palabra de Dios. Ojalá escuchemos
hoy su voz de resucitado y no endurezcamos nuestros oídos perdidos en el
mundanal ruido.
MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR
Él nos da la luz cuando, en la oscuridad,
nos perdemos por parajes idílicos pero falsos
Él nos fortalece cuando, la lucha de cada día,
nos debilita en nuestras ansias de vivir
Él nos levanta cuando, en las múltiples caídas,
sentimos que el cuerpo pesa y los pecados también
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR!
Es, al fin y al cabo, quien mejor nos conoce
y, sabe de antemano, cuando le seguimos o no
cuando fingimos amarle
pero nos vamos detrás de otros dioses
Es, lo queramos o no, quien nos exige y nos mira
quien nos da aliento en nuestro caminar
e infunde paciencia en nuestra espera
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR!
Con su cayado nos indica el camino a seguir
nos invita a tenerle como Maestro y Señor
a distinguir entre Pastor y falso profeta
a vivir con un solo alma y corazón.
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR!
Nos dará el consuelo de su misericordia
sentiremos que, la soledad, ya no existe
y le abriremos nuestras entrañas sedientas
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR!
Hoy, como ayer, seguimos siendo mendigos de amor
De un amor que no mira etiquetas ni apellidos
ni exige un pasado limpio o sin error
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR!
Que Él, ahora y siempre,
nos haga gozar con su presencia
vivir con su vida
escuchar su Palabra divina
y avanzar en el conocimiento de su nombre
¡MIREMOS A CRISTO, BUEN PASTOR, GRANDE EN MISERICORDIA!
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