domingo, 2 de febrero de 2020

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR


Entre las muchas aplicaciones que cada día se activan en los calendarios de nuestros dispositivos hay una que últimamente me resulta curiosa. Se trata del aviso de los días trascurridos desde el 1 de enero de 2020 y los restantes hasta el 31 de diciembre. Podríamos pensar que son una especie de alpha y omega que limitan dos puntos absolutos, como si nuestra vida sólo dependiese del 20-20. También resulta cierto que el inexorable paso del tiempo avanza, animándonos a vivir con intensidad cada cifra del calendario. Despedido enero, estrenamos febrero y con él: el esperado Congreso Nacional de Laicos, el inicio de la próxima Cuaresma. Singularmente tendremos un día más: un 29 bisiesto. Y con la Iglesia en Toledo celebraremos la acogida de su nuevo Pastor, el inicio del servicio episcopal de Don Francisco Cerro.


 Si la vocación laical y la vocación al ministerio episcopal serán ocasiones para reflexionar y celebrar, no lo es menos el recordar que el 2 de febrero es la Jornada de la Vida Consagrada. El lema en esta ocasión nos presenta la  esperanza de María como modelo de la vida del consagrado. La Vida Consagrada en el seno de la Iglesia no es sólo un testimonio de caridad manifestado en el carisma original de cada Congregación. En la sociedad del bienestar la Vida Consagrada vive una caridad y una esperanza específica. La fe de María es imagen del sí de cada consagrado, el amor de María, es parábola del amor gratuito.




LA ESPERANZA DE MARÍA, EN CLAVE DE FIDELIDAD.


La actitud oferente de José y María so el referente de la actitud fundante de la Vida consagrada se celebra en la fiesta en la  memoria de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo Lc 2, 22). Así se expresa  cómo  Jesús, el consagrado del Padre,  vino a este mundo para cumplir fielmente su voluntad (cf Hb 10, 5-7).  A la presentación del Señor se asocia la de la Virgen Madre, quien lo lleva al Templo  para ofrecerlo al Padre.  El relato de la Presentación en el Templo nos revela el modo cómo confió junto a su Pueblo. Ana, Simeón ya ancianos, salen al paso de una joven pareja que lleva en sus brazos, la mejor de las ofrendas. “Ahora Señor, según tu promesa”. Ha llegado el Salvador esperado, por fin Dios va a redimir a su Pueblo. Aquel Niño, aparentemente como cualquier otro de los presentados en el Templo, es quien cumple las promesas. Podríamos pensar que María lo miraría con ternura y deseo de interpretar la sencillez. Así lo representa la tipología de “Virgen de Belén”.

 María contempla a un Niño que juguetea, se vuelve hacia la madre, buscando su atención y complicidad en un aparente juego de manos y brazos. Así se nos expresa cómo María descubre y corresponde al Salvador, Luz de las gentes. Pero el Niño crecerá y hará de las suyas… y resultará aún más denso el misterio de porqué y cómo hace las cosas. La Jornada de la Vida Consagrada nos recuerda en esta ocasión que María  le verá maltratado y crucificado, lo volverá a sostener velado, cuando la bandera discutida sea arriada de la Cruz.

También como la imagen del cartel de esta Jornada nos recuerda, con manos veladas sostuvo a su Hijo mientras lo llevaba al Templo y con manos veladas lo sostendrá al pie de la Cruz, esperanzada aguardó la Resurrección de su Hijo, lo encontró en Pascua de luz. El Papa Francisco recordaba en la Jornada de la V.C. de año 2017 esta capacidad que los religiosos tienen para enfatizar la disponibilidad para el ENCUENTRO. Encontrarlo: al Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando, sino todos los días. Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida, en lo concreto de la vida.

Todo encuentro posee una dimensión de plenitud, acoger al Otro y a los otros, mas, no es una posesión ni un absoluto en sí mismo, pues la acogida conlleva el respeto, la esperanza de plenitud para el otro, tiene una dimensión de gratuidad. Al acoger, recibo y entrego,  pero no moldeo ni poseo conforme a mis intereses.

De María,l a V.C. consagrada aprende a salir al encuentro de modo gratuito, en esperanza. El papa Francisco  en la Audiencia general, del 10 de mayo de 2017 nos invitaba a hacer nuestra la esperanza de María que no dejó de confiar en que la Iglesia crecería y cumpliría su misión de llevar el Evangelio al mundo entero. Después de la Ascensión de Jesús a los Cielos, Ella sostuvo la espera del acontecimiento de Pentecostés. 



El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad» (n. 1818).

María desde el Cielo anima nuestra esperanza. En la vida de la Iglesia, los consagrados participan de esta misión de llevar esperanza a un mundo sufriente, mientras aguardamos un cielo y una tierra nueva, la instauración del Reino de Dios y su justicia, los consagrados nos animan a saber esperar, a vivir en intensidad el presente con la mirada en la plenitud futura. Se preguntaba Benedicto XVI:  Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza. Y responde en Spe Salvi nº 49: (María) Ella, que con su “sí” abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella, que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros.

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