domingo, 9 de febrero de 2020

Hasta la sal tiene que ir al congelador

Podríamos pensar que es una broma, pero sí, hasta la sal debe guardarse en el congelador si pasado un tiempo queremos que no pierda su sabor. Los gourmets de la sal nos lo recuerdan, pero nada nuevo, ya nos lo dice Jesús, vosotros sois la sal y si la sal se vuelve sosa... cómo se le podrá devolver sabor.

Me ha gustado esta reflexión de Ángel de Buenafuente del Sistal:



Si nos trasladamos a la casa de Nazaret en la que vivió Jesús en compañía de María y de José, comprenderemos mejor el ejemplo del texto evangélico que se refiere a la lámpara encendida y cómo debe colocarse en el lugar donde más alumbre. Las casas de entonces eran cuevas, y tanto el fuego como el candil debían mantenerse encendidos. Esta experiencia doméstica le sirve al Maestro para señalar cómo debemos iluminar alrededor con nuestros dones, y no soterrarlos.




La ciudad alta, que no se puede ocultar, es posible que se refiera a Safed, situada a una altitud de 900 metros, la ciudad más alta de Galilea. Quizá hoy no se comprende el término celemín. Se trata de una medida; era un cubo de madera que servía para medir el grano. La fanega tenía 12 celemines. También se emplea como medida del campo, según la capacidad que tiene de sementera. Jesús, al hacer referencia a estos términos, nos muestra su conocimiento rural y agrícola.
(pincha en el título para leer todo el contenido)

Una ley que se puede experimentar es que en la medida en que se comparte y se ejercita el don, este se acrecienta, mientras que si uno lo guarda, se empobrece. En otro lugar, el Evangelio dice: “Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene” (Mt 13, 12). Y no es tanto que se le quita, cuanto que se pierde si no se da.

Jesús manda dar testimonio. Este tiempo necesita, como diría Santa Teresa, “Amigos fuertes de Dios, para sustentar a los flacos”. El Evangelista nos invita a ser signos visibles, como es la luz, con nuestras obras buenas, que edifiquen a los demás.

La Iglesia tiene el reto de ser atractiva, no tanto por sus discursos, sino por la alegría de quienes vivimos en ella. La afirmación es contundente: “Sois luz”, “sois sal”. Si lo somos, tendremos que iluminar y sazonar.

COMPARTIMOS ESTA PLEGARIA, y así lo que se tuvo se retuvo... no perder identidad. Ánimo.
SEA SAL Y LUZ, SEÑOR

De tu mar, Señor, sea yo la sal que lleve
alegría donde existan las caras largas,
ilusión donde no sepan lo que es el optimismo
eternidad, allá donde vean sólo el presente
caridad, en aquellos rincones
donde aparezca el “yo” y no el “nosotros”.
SEA SAL Y LUZ, SEÑOR
Del SOL que es tu Palabra
y, entonces, anuncie lo que Tú nos traes
Es posible un mundo, pero como Dios manda
Grande, un corazón, por el Amor que regalas
Inmensa, la vida, por el futuro que nos conquistas
Que no me conforme, oh Señor,
con la sal de mi frágil salero
Que no me quede, oh Señor,
con la luz de mis débiles ideas
Que no presuma, oh Señor,
de mis gracias y de mis dones
y, caiga en la cuenta, de que es tu SAL
la que da sabor eterno a los guisos de mis manos
Que no lleve en cuenta, oh Señor,
de mis pequeños aciertos
cuanto de la LUZ que Tú desprendes desde el cielo
De mis ocurrencias y creatividad
cuanto de la presencia creadora de Dios
De mis aportaciones por tu Reino
cuanto de tu Espíritu que las hace
únicas, santas, verdaderas, genuinas y eternas
QUE SEA, SEÑOR, SAL Y LUZ
Pero sal recogida del mar del cielo
empaquetada con fuerza del Espíritu Santo
Y sin más precio que, el saber,
que estoy de tu lado y contigo
para hacer de este mundo
un pequeño trozo de tu Reino.
Con tu luz, siempre con tu luz, Señor.

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