sábado, 4 de mayo de 2019

TERCERA SEMANA DE PASCUA



Estamos en primavera, tiempo de alegría, colores vivos, esperanza, despertar de las flores y las plantas, la Pascua es también como la primavera para la Iglesia y en nuestros templos se nota que estamos en la primavera pascual: en el blanco de nuestras vestimentas, las flores, el agua, el cirio… Pero la Pascua también se tiene que notar en la vida de cada día.

Cómo: En esta Pascua Dios nos hace varios regalos a través de la Palabra de este Domingo:
Se presenta a los apóstoles resucitado y en su trabajo propio, pescando, fuera del templo, en la cotidianeidad de sus vidas, manifestando que a Jesús hay que ir descubriéndolo en nuestro día a día, en nuestro quehacer diario, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás…, porque Jesús se nos manifiesta en la sencillez de la vida.

Jesús también se hace presente a los apóstoles en el servicio; con actitud humilde les prepara la comida para que cojan fuerzas y puedan realizar la tarea de anunciarle. A nosotros también nos invita a hacer lo mismo: a seguirle (le dice a Simón Pedro: “sígueme”) y a que demos testimonio de Él siguiendo el ejemplo que Él nos dio: “preparando la comida” a otros con la misma actitud de humidad y la misma disponibilidad como Él lo hizo.
También nos invita a participar de la Eucaristía: “vamos a almorzar”.

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A Pedro le da el encargo (misión)de amar, servir, “echar las redes”…, y eso en nombre de Jesús. A nosotros también nos pregunta tres veces si le amamos, y nos invita a apacentar sus corderos, sus ovejas y finalmente nos dice que le sigamos: “sígueme”.

No nos cansamos de contemplar esta imagen pascual como nuestra imagen ordinaria de la Capilla Genesaret. La barca, las redes repletas, el timón disponible, las luces de amanecer, la mesa dispuesta y el pan con frutos abundantes. El encuentro se hace real en cada eucaristía.



Profundizando el mensaje:
Jesús, después de resucitar, se apareció varias veces a sus discípulos dándoles pruebas de que estaba vivo; esta es la tercera vez que lo hace y, a diferencia de las anteriores que se apareció en Jerusalén, esta vez lo hace junto al mar de Tiberiades, el lago GENESARET en Galilea.

Parece que la fe en Jesús resucitado por parte de los discípulos era ya evidente y lo que pretende con esta tercera aparición es afianzar a los discípulos en dicha fe. ¿Y por qué esta vez se les aparece en Galilea y junto al mar de Tiberiades?. Para subrayar, a través del lenguaje simbólico de la pesca, cuál debería ser la misión de los discípulos: “ser pescadores de hombre” (Mc 1,17; Lc 5, 1-11). Y descubrir, a través de esa “pesca”, que el rostro de Dios se manifiesta a través de los demás. Pero, para ser buenos pescadores, no basta con que queramos salir a pescar, eso lo hicieron también Simón Pedro y los discípulos y no pescaron nada, sino que es necesario que escuchemos la llamada del Resucitado, porque sin la presencia de Jesús, sin su aliento y su guía orientadora, no hay evangelización fecunda.

Si nos fijamos bien en los discípulos a los que se apareció Jesús descubrimos que no eran más que siete: cuatro pertenecientes al grupo de los Doce y tres a los “otros”. El número siete tiene un carácter simbólico expresando la plenitud y la totalidad, significando que la tarea de la “pesca” es responsabilidad de toda la Iglesia; esa es la misión de la Iglesia siendo Simón Pedro el capitán de ese barco que es la Iglesia universal, al que Jesús le pregunta tres veces si le ama, le manda “apacentar sus corderos”, “sus ovejas”. Y le pide: “sígueme”. Ante esa petición Simón Pedro le responde: “tú sabes que te quiero”, “tú lo sabes todo”. 
La red que no se rompe señala, por un lado, la unidad de la Iglesia y por otro, la capacidad de recibir en su seno a todos los hombres sin distinción de raza, sexo, cultura, mentalidad, religión…, a todos sin excepción. Esa misma plenitud y universalidad de la Iglesia se representa con el número de peces que cogieron: 153 (es un número triangular que procede de la suma 1+2+3..., hasta el 17. El número 17 no es simbólico pero sí lo son el 10 y el 7).


Esa primera parte del texto concluye invitando Jesús a almorzar: “vamos a almorzar”. La comida preparada era un pan y un pescado, la misma comida que tenían cuando la multiplicación de los panes y los peces, y el mismo gesto: tomó el pan y lo repartió, lo mismo hizo con el pez, en una referencia directa a la Eucaristía e invitándonos a todos al partir, repartir y compartir no solo en la Eucaristía sino haciendo también que toda nuestra vida sea una Eucaristía.


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