jueves, 23 de mayo de 2019

SANTA ANA: CON LETRA DE MOLDE


Elegida por Dios Padre,
en el plan de Redención,
Ana, Madre de María,
acoge nuestra oración.
Ana, Madre de María,
intercede a Dios por nos.

Aceptaste el plan Divino
y ahora eres Maestra
de quien sigue el buen camino,
de tu nieto el Redentor.

El Amor fue tu emblema,
como todo buen cristiano,
Amor que todo lo vence,
Amor puro e inmolado.




Santa Ana
1679-180.  Madera policromada. 178 cm
Capilla de la Inmaculada Concepción, catedral de Córdoba.


Con letra de molde
No está muy de moda entre los voceros de la pedagogía contemporánea hablar del valor de la caligrafía. Parece que hemos convertido lo bello “kalós”, en lo personal e idiosincrático. Lo mejor es “tu propio modelo”, piensan y viven muchos como piensan. No lo comparto desde la memoria de mi vida. A pesar de que mi caligrafía, es más de médico de los cuerpos que de las almas, quizá sea porque hasta la Secundaria no fui a La Salle, sin duda, que me salté estas lecciones de la tradición lasaliana, saber escribir con corrección y estilo.

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 El caso, es que mi padre, que también era lasaliano, cubrió este vacío con sus consejos oportunos. Creo que tendría cuatro años, cuando una tarde, se me antoja de noviembre, llegaban por primeros fríos en la Bureba, y mi madre tenía la cocina (la bilbaína de antes) encendida. Había unas patatas asadas, a las que al llegar mi padre, con un poco de sal, , bendecíamos por su sabor y calor. Era la pre-cena, tras la merienda vespertina. Al fin, ya sabéis cómo es un padre preguntando a sus hijos por las tareas del Cole, primero los mayores, su Bachillerato, luego los de la EGB, y al fin el párvulo de las Hijas de la Caridad. “¿Qué has aprendido hoy, hijo?”. Como no se trataba de quedar peor que mis hermanos, supongo que habrían aprendido de todo, entre todos, muy ufano respondí que a leer. A leer en un día… Con ojos de sorpresa mi padre respondió que si mi profesora se llamaba “Santa Ana, la maestra de la Virgen”. Su nombre era Sor Puy, no estaba muy desencaminado,  pero está claro, que el discente no era la Niña María. A la carcajada general, le siguió un consejo: “Hijo, para leer, hay que leer con letra de molde, no vale leer lo que pone en el tambor del jabón. Sky, o en el bote de cacaco: Cola-Cao, ni siquiera en mi caja preferida de la cocina: “Maicena”. Hay que saber leer lo que no está escrito… no lo que ya conoces.
Con el tiempo, conocí los numerosos ejemplos del arte español en que se representa a Santa Ana enseñando a leer a María. Hace años, en estas mismas páginas, comenté la Santa Ana de Roelas, una de mis preferidas. Después conocí algunas más, y así incluso he hecho amigos y amigas entre las Carmelitas Calzadas o no, de Sevilla, Córdoba, Utrera, y también los ejemplos de Capuchinos/as de por allá abajo, en donde los del Norte nos lo pasamos mejor que los de la serie de Antena 3.

Para leer hay que leer sobre letra de molde. Mensajes, sentencias cargadas de sabiduría como aquellas que repasaban nuestros lápices aprendiendo Caligrafía. ¡Qué célebres aquellas sentencias que imitábamos!  Recuerdo aquella de “Dávidas quebrantan peñas”… no sabía qué significaba, pero la D inicial me quedaba perfecta. Con el tiempo, lo he aplicado a la vida, puede más la dulzura, la simpatía… es capaz de emblandecer y suavizar los conflictos.
El caso, es que siempre en mis correrías artísticas había conocido imágenes de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen Niña, pero pocas veces escribiendo la cartilla para que con letra de molde la Niña leyese. La ocasión llegó visitando la magna exposición de Pedro de Mena. Pedro de Mena. Granatensis malacae. Creía conocer la obra de este maestro, y conforme iba recorriendo sus salas, iba saludando a las imágenes como buenas amigas, la Inmaculada de Tordesillas en la primera Sala, el San Diego en San Antón de Granada, la Dolorosa de San Joaquín… y tantas otras fotografiadas y analizadas en mi época de estudiante. En la segunda planta y casi concluyendo la exposición, un recinto cuidado recrea la Capilla de la Inmaculada de la Catedral de Córdoba, allí, deslumbrante, cuasi hercúlea nos recibe la Santa Ana Doctora, escribiendo.
Su tamaño, superior al natural, casi deslumbra. La cartilla que sostiene más parece un incunable, qué alarde de sabiduría. No le falta razón aplicarle la primera lectura de la liturgia de su fiesta:
"Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según su sucesión. Grandes glorias que creó el Señor, grandezas desde tiempos antiguos. …guías del pueblo por sus consejos, por su inteligencia de la literatura popular,  sabias palabras había en su instrucción inventores de melodías musicales, compositores de escritos poéticos, hombres ricos bien provistos de fuerza, viviendo en paz en sus moradas. Todos estos fueron honrados en su generación, objeto de gloria fueron en sus días. .Hubo entre ellos quienes dejaron nombre, para que se hablara de ellos con elogio. De otros no ha quedado recuerdo, desaparecieron como si no hubieran existido, pasaron cual si a ser no llegaran, así como sus hijos después de ellos. Mas de otro modo estos hombres de bien, cuyas acciones justas no han quedado en olvido. Con su linaje permanece una rica herencia, su posteridad. En las alianzas se mantuvo su linaje, y sus hijos gracias a ellos. Para siempre permanece su linaje, y su gloria no se borrará. Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su nombre vive por generaciones. Su sabiduría comentarán los pueblos, su elogio lo publicará la asamblea”.
Este capítulo 10 del Libro del Eclesiástico nos alinea con la interpretación más valiosa sobre la figura de la madre y la familia de María. Es verdad que las fuentes historiográficas nos llevan hasta las leyendas transmitidas en los apócrifos de los siglos II al IX. De Santa Ana y su esposo encontramos tres referencias: el Protoevangelio de Santiago, contiene las referencias más antiguas, de inicios  del siglo II, por  tanto, muy próximo a la redacción final del Cuarto Evangelio. El segundo es el Pseudomateo de mediados del s. VI; y la tercera referencia la hallamos en el Evangelio de la Natividad de Santa María, de inicios del s IX.  Los tres referentes pertenecen a lo que podríamos denominar “Apócrifos de la infancia”, éstos poseen una tradición muy consolidada y han sido transmitidos tanto en el ámbito de la tradición de la Iglesia Oriental y de las Iglesias Occidentales.  Si estas leyendas deben ser leídas desde la Palabra Canónica, podemos  valorar la fe, la raigambre de los progenitores de María en las tradiciones de su pueblo, de un modo especial, en ser referentes de la esperanza mesiánica. Sus figuras son interpretadas desde la perspectiva de prefigurar la Concepción Inmaculada de su hija, quien en el orden de la Salvación, Dios Padre es su Creador, y sus padres no sólo le han dado generación física y corporal, sino ante todo le han legado la fe de su pueblo. Así en su hija prevalecerán las virtudes de cuantos han aguardado al Salvador.

San Juan Pablo II en su primera visita en el año 1978 a la parroquia de Santa Ana, en el mismo territorio de los Estados, comentaba :  La figura de Santa Ana, en efecto, nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, trayendo en Sí el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción. Allí estaba rodeada del amor y la solicitud de sus padres Joaquín y Ana. Allí "aprendía" de su madre precisamente, de Santa Ana, a ser madre. Y, aunque desde el punto de vista humano, Ella hubiese renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su donación total, la gratificó con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, traspasó, en cierto sentido, la maternidad de su Madre al discípulo predilecto, y asimismo la extendió a toda la Iglesia, a todos los hombres. Así, pues, cuando como `"herederos de la promesa" divina (Gál 4, 28. 31), nos encontramos en el radio de esta maternidad y cuando sentimos de nuevo su santa profundidad y plenitud, pensamos entonces que fue precisamente Santa Ana la primera que enseñó a María, su Hija, a ser Madre.

"Ana" en hebreo significa "Dios  realizó la gracia". Reflexionando sobre este significado del nombre de Santa Ana, exclamaba así San Juan Damasceno: "Ya que debía suceder que la Virgen Madre de Dios naciese de Ana, la naturaleza no se atrevió a preceder al germen de la gracia, sino que quedó sin el propio fruto para que la gracia produjera el suyo. En efecto, debía nacer la primogénita, de la que nacería el Primogénito de toda criatura" (Serm. VI, De nativa B. V. M., 2; PG 96, 663). Poco más se puede añadir…


Comenzaba en un tono coloquial refiriendo la tradición de santa Ana como maestra en la lectura de María. Para leer, antes hay que escribir, y Santa Ana, pudo hacerlo con letra de molde. Ella escribió la interpretación de la historia de esperanza que su hija María aprendió a leer, qué bien lee la historia María en el Magníficat. Esas sentencias de María adulta, no se improvisarían, formarían parte de su lectura de la vida.

DESDE NUESTRA TRADICIÓN


La imagen a la que nos venimos refiriendo en este artículo se ubica en la Capilla de la Inmaculada Concepción de la Catedral de Córdoba. Su realización fue promovida por el obispo franciscano fray Alonso de Salizanes y Medina con ocasión de una epidemia de peste, con el fin de pedir la intercesión de la Virgen. El propio obispo dispuso que su enterramiento estuviese en dicha capilla. La capilla estaría presidida por una Inmaculada colosal, flanqueada por Santa Ana y San Joaquín, aunque en el desarrollo final, éste fue sustituido por un San José. La imagen de la Inmaculada fue rescatada de un trabajo inconcluso del propio Pedro de Mena para el Duque de Arcos en Marchena.
El encargo del retablo de mármol rojo, negro y blanco recayó en el arquitecto y cantero Melchor de Aguirre, y en el concurso de la escultura el proyecto de Pedro de Mena se impuso al de Pedro Roldán, quien ya había realizado dos   laureados grupos de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen en  Sevilla:  Santa Cruz y el Santo Ángel. El encargo requería que la disposición corporal de la imagen no fuese como en la tradicional iconografía de santa Ana enseñando a leer, por tanto sentada y la Niña a su lado en pie. La imagen se debía incluir en una hornacina de formato vertical y por tanto debía de estar erguida.
Con estas limitaciones, Pedro de Mena, rehusó de la imagen de la Niña María y dispuso a Santa Ana representada con los rasgos de la iconografía utilizada en sus producciones de San Pedro de Alcántara: erguida, sosteniendo con la mano izquierda un libro y elevando el brazo derecho sosteniendo la pluma en actitud de inspiración. El texto escrito en el libro: Mulierem fortem quis inveniet? procul et de ultimis finibus pretium ejus.   Confidit in ea cor viri sui, et spoliis non indigebit, son los versículos 10 y 11 del Capítulo 31 de Proverbios ( Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas. Confía en ella el corazón de su esposo).
La dignidad del porte queda reafirmada por la disposición del rostro velado y tocado, con túnica larga de color burdeos y decoración floral, que contrasta con el manto azul animado por cenefas florales en su cara exterior. El hieratismo queda agilizado por el leve contraposto  generado al adelantar el pie izquierdo y el equilibrio entre la desigual disposición de los brazos.

UNA IMAGEN PARA ORAR
El marco idóneo sería su capilla en la catedral cordobesa para no perder el diálogo con la vinculación a la Historia de la Salvación, en el orden de la concepción inmaculada de María, santa Ana, es la digna madre de la Madre del Salvador. La generación de bondad que encadena en el proyecto de la Salvación, eslabones de gracia y dignidad. Si purísima habría de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo, y Purísima la que entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad … (Prefacio en el día de la Inmaculada Concepción), deducimos que dignísima debía de ser la madre que desencadena estas relaciones. La triple generación de bondad, cuando poseemos es recibido y nada de lo verdaderamente santo en la sucesión de esta generación.
Damos gracias con santa Ana por la transmisión de fe en nuestras familias, por el don de los abuelos, hoy tan necesarios en el enraizamiento de la fe y los valores en las familias.  Damos gracias a Dios por nuestros abuelos y abuelas que tantas raíces de experiencia de Dios nos han dado.

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