jueves, 26 de enero de 2017

DOMINGO 29 DE ENERO

SED FELICES




Este cuarto domingo del tiempo ordinario, como los demás entre el tiempo de Navidad y Epifanía y el tiempo de Cuaresma, parece domingo de transición entre tiempos privilegiados o fuertes, como si no tuviera una entidad en sí mismo. La cuesta de enero va llegando a su final y la Palabra de Dios nos transmite un mensaje de aliento para todo momento:  SED FELICES.


El evangelio nos presenta el texto quizás más emblemático de los evangelios sinópticos, el comienzo del Sermón de la Montaña según san Mateo, las “Bienaventuranzas”. Emblemático y original. Original porque Jesús viene a “dar plenitud”, desde este suave monte, donde la tradición coloca la escena, a la ley que en el abrupto Sinaí entre nubes y truenos Yhavé dictó a Moisés.




El mensaje de Jesús no es una ley a la que someterse, que cumplir;  sino un programa para ser felices; es decir para que el ser humano consiga lo que más desea, la felicidad. La originalidad está en dónde pone Jesús la felicidad. La primera lectura y la segunda nos ponen ya en alerta: está en la humildad que busca la justicia, la moderación; no en ser poderosos, ni aristócratas, ni eruditos…, y por lo tanto en algo que hoy diríamos que no es lo correcto socialmente, que no coincide con las expectativas que la persona humana suele fijarse para ser feliz.






UNA PLEGARIA PARA ESTA SEMANA:




LLÁMAME BIENAVENTURADO, SEÑOR




Si soy capaz, con el lápiz de mi vida,


de dibujar tu rostro allá donde yo me encuentre.


Si, por la caridad, traduzco en práctica


lo que en lenguaje y palabra puede sólo quedarse.


Si soy capaz de iluminar tantas situaciones de mi mundo


con tus promesas, indicaciones y actitudes.


LLÁMAME BIENAVENTURADO, SEÑOR


Si, la felicidad, la encuentro en la paz y no el odio


Si, en la pobreza, alcanzo el exponente de mi riqueza


Si, en la sencillez, encuentro el secreto de mi vivir


Si, en la mansedumbre, veo mi fortaleza


LLÁMAME BIENAVENTURAD, SEÑOR


Cuando me veas llorar agarrado al madero de la cruz el otro


y no reirme de la mala suerte que le acompaña


Cuando me revele ante la injusticia, el hambre


o la incertidumbre del que busca dignidad


Cuando mi corazón no sea discordia sino concordia


y, ante todo, un surtidor de misericordia


LLÁMAME BIENAVENTURADO, SEÑOR


O, lo que es lo mismo, feliz por ser diferente:


Limpio de corazón, antes que roto en las entrañas


buscando la paz, y huyendo de contiendas y peleas


Incomprendido por defender a la verdad


antes que ensalzado por encubrir la mentira


Valiente ante calumnias e injurias


y haciendo frente a las falsedades que aturden


LLÁMAME BIENAVENTURADO, SEÑOR


Cuando me veas alegre por tu causa


y, contento, por darte lo mejor de mis años.


Cuando me veas decidido por tu reino


y sembrando ilusiones en mi camino


Cuando cierre los ojos a este mundo


y, al contemplarte cara a cara,


pueda decir que “ser bienaventurado”


es no caer en la falsa telaraña


de las felicidades, huecas y baratas,


que el mundo o la sociedad nos da por ciertas.


Amén.   (P. Javier Leoz)


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