domingo, 30 de octubre de 2016

DOMINGO 30 OCTUBRE

Subidos a una higuera


La historia de Zaqueo es bien conocida. Zaqueo era rico, pero no rico por su casa, sino por turbios negocios basados en recaudar impuestos con pluses añadidos a su personal criterio. Vamos, que robaba descaradamente con la excusa de ser empleado de los romanos.  Robaba bajo una apariencia de respetabilidad  (qué curioso, entonces también  pasaba) y no era popular, ni respetado, ni querido. No era persona grata. Pero le llega la noticia de que Jesús anda por las cercanías. Y metido en su vida superficial, de acumular riquezas y estar a la última, decide que no se puede perder el acontecimiento. No sabe que ese afán le cambiará la vida.


Como no anda sobrado de amigos, no consigue que nadie le deje acercarse a Jesús, ni un sitio en primera fila para verlo pasar. Además, es de corta estatura. Puede desistir, y volverse a su casa. Pero algo le mueve a correr para subirse a un árbol desde donde verle pasar sin ningún impedimento. Ese algo pudo ser cansancio de emplear sus días en amontonar riquezas. O la falta de afectos verdaderos. O el sinsentido de una vida en la que no quedaría nada provechoso que dejar tras de sí. O curiosidad… Quizá tuvo un momento de luminosa intuición,  y se lanzó en pos de esa luz…

Zaqueo corre, y se sube a la higuera, y ve llegar a Jesús, y casi pasar de largo. Y cuando parece que todo ha terminado, y Zaqueo ya puede bajarse y salir corriendo a contar lo que ha visto, ocurre aquello con lo que no contaba: Jesús se para, levanta la vista, y le llama por su nombre. Aún más: le anuncia que quiere que le reciba en su casa.

Sabemos como termina la historia. Los maledicentes se ponen ciegos a murmurar; Jesús es recibido en casa de un pecador con una hospitalidad que  pocas veces le ofrecen en casa de los cumplidores, y Zaqueo… Zaqueo ha sido mirado y llamado por Jesús, ha respondido que sí, y le ha abierto su corazón y su casa.  Y cuando se ha dejado mirar, ha conocido el perdón, el compartir, la justicia y el desprendimiento. Todo de golpe. De una vez, y para siempre, Zaqueo ha entrado en el gozo de su Señor.
 
A priori, Zaqueo no tenía muchos puntos para ser elegido por Jesús. Ni siquiera para una conversión ejemplar y fulminante. Su querencia de la riqueza y el poder era tal que nadie apostaría que pudiera cambiar su corazón ni su vida.  Sólo fue curiosidad. Se puso a tiro, y luego se dejó llevar.
Si Zaqueo, con su historia personal a cuestas, pudo dejarse dar la vuelta como un calcetín, y empezar desde ese mismo momento a disfrutar de la vida vivida desde el  corazón, será que cualquiera de nosotros podemos pasar por lo mismo, para vivir en el goza verdadero de la vida entregada.


Me resulta esperanzador que la mirada de lo alto  tenga ese poder. Me pregunto cuándo seré lo bastante ingenua como para subirme corriendo a un árbol, sólo para ver pasar a Jesús cerca de mí. Sé que si abro mi corazón, no me faltarán ocasiones de percibir su Presencia.    Pero asumo que no hago ninguna de esas cosas porque,  lo que de verdad me da miedo, es que Jesús me mire y me diga “quiero que me recibas en tu casa”. Y, a lo mejor, un día dejo de tener miedo y abro los ojos para ver al  que me mira como mira el Padre.

(Aurora Gonzalo en Dabar)


ORACIÓN

COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero ser pequeño, para luego,
ver y comprobar que Tú eres lo más grande
Quiero sentir mi pecado y mi debilidad
para, luego, gustar que Tú eres la santidad y la gracia,
la vida y la verdad, altura de miras hontanar de bondad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero ascender al árbol de la oración
y, agarrado a sus ramas, saber que tú en ella
me tiendes la mano y me acompañas
me proteges y, al oído, siempre me hablas
me auxilias, y en mis caminos,
me alumbras con la luz de tu Verdad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
A veces me siento pecador y egoísta
usurero y con afán de riquezas.
Por eso, Señor, como Zaqueo
quiero ser grande en aquello que son pequeño
y, diminuto, en aquello que soy gigante.
¿ME AYUDARÁS, SEÑOR?
No pases de largo, Jesús mío.
Que son muchos los tropiezos
los que de de saltar para llegarme hasta tu encuentro
Que son incontables los intereses y, a veces las personas,
que me impiden darme el abrazo contigo
COMO ZAQUEO, SEÑOR
En la noche oscura de mi alma
haz que nunca me falte un árbol donde remontarme
Una rama donde agarrarme
Un tronco donde apoyarme para que, cuando pases,
aunque, por mi cobardía, no te diga nada
Tú, Señor, me digas….¡en tu casa quiero yo hospedarme!

Javier Leoz

No hay comentarios:

Publicar un comentario