Cuando Jesús apareció había una gran expectación sobre el
Mesías anunciado. Y se presentó con las manos vacías: no repartía pan, ni
distribuía tierras, ni prometía la salida de los opresores. Sin embargo,
afirmaba que el Reino de Dios había llegado. No venía a cambiar milagrosamente
la situación dolorosa de la humanidad. Sus seguidores no pueden esperar verse
colmados de favores, de salud, de dinero, de consideración y de prestigio
humano. Y aun así les dice: ¡Felices!
Jesús nos ofrece una nueva manera de estar en la tierra
Lucas presenta las bienaventuranzas como destinadas a los
pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos, y Jesús
les dice: “vuestro es el reino de Dios”, “quedaréis saciados”, “reiréis”,
“vuestra recompensa será grande en el cielo”.
El término griego que usa Lucas para indicar “pobres”
traduce los que, en el Antiguo Testamento, definían a una clase de personas:
los desprotegidos, los explotados, los pequeños y sin voz, las víctimas de la
injusticia, que con frecuencia son privados de sus derechos y de su dignidad
por la arbitrariedad de los poderosos. Por eso, tienen hambre, lloran, son
perseguidos.
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Jesús dice que el Reino de Dios es de ellos. No proclama
felices a los que viven en una situación infrahumana ni nos invita a olvidar
los problemas de la tierra para pensar sólo en las cosas del cielo. Ofrece una
nueva manera de estar en la tierra. Sus palabras se refieren a la vida
presente. Los bienaventurados lo son no porque son pobres, porque están
tristes, porque sufren… eso no es motivo de felicidad ninguna ni Dios mismo lo
quiere para nadie. Su privilegio es porque Dios muestra su compasión
especialmente con quienes sufren más miseria, y los desamparados del mundo
están llamados a ser los primeros en beneficiarse de un Reino que impulsa
valores de esperanza, justicia y amor.
Las bienaventuranzas son el programa de vida del propio
Jesús. Solo llevándolas él mismo a la práctica podía tener autoridad para
proponer a sus discípulos un camino de seguimiento que recorra sus mismas
opciones. Manifiestan en otra forma lo que ya había dicho al inicio de su
actividad en la sinagoga de Nazaret: Él es enviado por el Padre al mundo, con
la misión de liberar a los oprimidos, a los pequeños, a los privados de
derechos y de dignidad, a los sencillos y humildes. Les dice que Dios les ama
de una forma especial y que quiere ofrecerles la vida y la libertad plenas. Por
eso son “bienaventurados”.
Pero las bienaventuranzas también aparecen olvidadas, rechazadas
o burladas por la práctica de la vida. Llamar felices a los muertos de hambre,
a los tristes, a los perseguidos… parece una broma o una burla. Muchos, incluso
llamándose cristianos, consideran que en el fondo son inaplicables. Quizá por
eso se predican poco y se viven menos. Sin embargo, son el núcleo de la vida
evangélica y de la felicidad según el plan de Dios.
Las contrapartes
San Lucas contrapone a lo anterior cuatro “malaventuranzas”
que son el reverso de la moneda. Son palabras de Jesús que no se pueden ni
ablandar ni ocultar. Él dedicó tanto o más tiempo a criticar la riqueza que a
alabar la pobreza. Al contraponer “pobres” a “ricos”, “hambrientos” a
“satisfechos”, “los que lloran” a “los que ríen”, los odiados y expulsados a
aquellos de quienes se habla bien, indica que hay una relación que no es casual
sino causal entre los componentes de cada uno de esos pares.
A la luz del Reino de Dios se desvela la terrible suerte de
los que, buscando la seguridad en el poder, en la riqueza y en la alegría de la
tierra, oprimen a los demás y destruyen la propia realidad de su existencia.
Las palabras de Jesús denuncian la lógica de los que permanecen ciegos a
descubrir los verdaderos valores de la vida y las necesidades de los demás. Les
dirige una advertencia inspirada en el amor para que se conviertan y no dejen
que nada se interponga entre el Reino de Dios y ellos. Advertirles no significa
que Dios no tenga para ellos la misma propuesta salvadora que ofrece a los
pobres y a los débiles. La salvación de Dios es para todos, pero quienes
persisten en la lógica del egoísmo no tienen lugar en el Reino que Jesús vino a
ofrecer.
Las bienaventuranzas siguen teniendo vigencia y son un
programa de vida sumamente exigente que Jesús presenta a sus discípulos de todos
los tiempos. Ofrecen una norma de vida abierta a toda la humanidad, una ética
donde todos tienen cabida. Pero seguirlas es un desafío a nuestra comodidad, a
nuestra manera de vivir, a muchos de los valores que propone la sociedad de
nuestro tiempo… ¿Confiamos en los hombres o confiamos en Dios?
(Padre José Antonio, dominicos de San Pablo, Valladolid)
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