Subidos a una higuera
La historia de Zaqueo es bien conocida. Zaqueo era rico,
pero no rico por su casa, sino por turbios negocios basados en recaudar impuestos
con pluses añadidos a su personal criterio. Vamos, que robaba descaradamente
con la excusa de ser empleado de los romanos.
Robaba bajo una apariencia de respetabilidad (qué curioso, entonces también pasaba) y no era popular, ni respetado, ni
querido. No era persona grata. Pero le llega la noticia de que Jesús anda por
las cercanías. Y metido en su vida superficial, de acumular riquezas y estar a
la última, decide que no se puede perder el acontecimiento. No sabe que ese
afán le cambiará la vida.
Como no anda sobrado de amigos, no consigue que nadie le
deje acercarse a Jesús, ni un sitio en primera fila para verlo pasar. Además,
es de corta estatura. Puede desistir, y volverse a su casa. Pero algo le mueve
a correr para subirse a un árbol desde donde verle pasar sin ningún
impedimento. Ese algo pudo ser cansancio de emplear sus días en amontonar
riquezas. O la falta de afectos verdaderos. O el sinsentido de una vida en la
que no quedaría nada provechoso que dejar tras de sí. O curiosidad… Quizá tuvo
un momento de luminosa intuición, y se
lanzó en pos de esa luz…
Zaqueo corre, y se sube a la higuera, y ve llegar a
Jesús, y casi pasar de largo. Y cuando parece que todo ha terminado, y Zaqueo
ya puede bajarse y salir corriendo a contar lo que ha visto, ocurre aquello con
lo que no contaba: Jesús se para, levanta
la vista, y le llama por su nombre. Aún más: le anuncia que quiere que le reciba en su casa.
Sabemos como termina la historia. Los maledicentes se
ponen ciegos a murmurar; Jesús es recibido en casa de un pecador con una
hospitalidad que pocas veces le ofrecen
en casa de los cumplidores, y Zaqueo… Zaqueo ha sido mirado y llamado por
Jesús, ha respondido que sí, y le ha abierto su corazón y su casa. Y cuando se ha dejado mirar, ha conocido el
perdón, el compartir, la justicia y el desprendimiento. Todo de golpe. De una
vez, y para siempre, Zaqueo ha entrado en el gozo de su Señor.
A priori, Zaqueo no tenía muchos puntos para ser elegido
por Jesús. Ni siquiera para una conversión ejemplar y fulminante. Su querencia
de la riqueza y el poder era tal que nadie apostaría que pudiera cambiar su
corazón ni su vida. Sólo fue curiosidad.
Se puso a tiro, y luego se dejó llevar.
Si Zaqueo, con su historia personal a cuestas, pudo
dejarse dar la vuelta como un calcetín, y empezar desde ese mismo momento a
disfrutar de la vida vivida desde el
corazón, será que cualquiera de nosotros podemos pasar por lo mismo,
para vivir en el goza verdadero de la vida entregada.
Me resulta esperanzador que la mirada de lo alto tenga ese poder. Me pregunto cuándo seré lo
bastante ingenua como para subirme corriendo a un árbol, sólo para ver pasar a
Jesús cerca de mí. Sé que si abro mi corazón, no me faltarán ocasiones de
percibir su Presencia. Pero asumo que
no hago ninguna de esas cosas porque, lo
que de verdad me da miedo, es que Jesús me mire y me diga “quiero que me recibas en tu casa”. Y, a lo mejor, un día dejo de
tener miedo y abro los ojos para ver al
que me mira como mira el Padre.
(Aurora Gonzalo en Dabar)
ORACIÓN
COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero
ser pequeño, para luego,
ver
y comprobar que Tú eres lo más grande
Quiero
sentir mi pecado y mi debilidad
para,
luego, gustar que Tú eres la santidad y la gracia,
la
vida y la verdad, altura de miras hontanar de bondad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero
ascender al árbol de la oración
y,
agarrado a sus ramas, saber que tú en ella
me
tiendes la mano y me acompañas
me
proteges y, al oído, siempre me hablas
me
auxilias, y en mis caminos,
me
alumbras con la luz de tu Verdad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
A
veces me siento pecador y egoísta
usurero
y con afán de riquezas.
Por
eso, Señor, como Zaqueo
quiero
ser grande en aquello que son pequeño
y,
diminuto, en aquello que soy gigante.
¿ME AYUDARÁS, SEÑOR?
No
pases de largo, Jesús mío.
Que
son muchos los tropiezos
los
que de de saltar para llegarme hasta tu encuentro
Que
son incontables los intereses y, a veces las personas,
que
me impiden darme el abrazo contigo
COMO ZAQUEO, SEÑOR
En
la noche oscura de mi alma
haz
que nunca me falte un árbol donde remontarme
Una
rama donde agarrarme
Un
tronco donde apoyarme para que, cuando pases,
aunque,
por mi cobardía, no te diga nada
Tú,
Señor, me digas….¡en tu casa quiero yo hospedarme!
Javier
Leoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario