ORAR es más que ser pedigüeños. No es cosa de andar pidiendo cualquier tontería y a todas horas. La vida está llena de regalos que no siempre sabemos agradecer. Echar la mirada a nuestra realidad personal, familiar, comunitaria, teniendo a la vista lo que hay por el mundo, suele ser motivo de gratitud.
Pero es verdad, también, que la vida está llena de
necesidades ante las que nos sentimos desbordados, frágiles, pequeños. Y que
esa fragilidad nos hace elevar los ojos al cielo pidiendo expresamente o, solo
insinuando, la necesidad de ayuda. Unos y otros, siempre nos descubrimos
necesitados.
Somos buscadores de plenitud, eternidad y vida. Ser humano es anhelar
lo que nos supera y desborda, a lo que, además, no podemos renunciar. Bien lo sabía S. Agustín, buscador de todo lo que gustaba
y eterno frustrado por no encontrar lo que anhelaba. Él lo expresó en la
célebre frase: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no descansará
hasta encontrarse en ti”. Porque tras las cosas que buscamos con la ilusión de
encontrar en ellas nuestra felicidad, solo descubrimos señales, indicios,
símbolos, de quien puede realizar plenamente esa aspiración tan nuestra que es,
precisamente, la que nos constituye como humanos.
¡Como la viuda!
Y esa búsqueda sí que necesita insistencia en la
petición, constancia en mantener la conexión certera, esperanza incansable de
que lo lograremos, certeza de que no es una ilusa fantasmada. Para eso sí que
necesitamos mucha ayuda porque negar esa posibilidad es entrar en la convicción
del absurdo, que todo es nada y pura ilusión estúpida. Entonces sí que la vida
se hace noche y nosotros pobres derrotados.
Pero, como Moisés y la viuda del evangelio, mantendremos
la tenacidad, insistiremos en nuestra afirmación, fortaleceremos nuestra
esperanza y, con la ayuda de Dios, confiaremos en que la vida actual es solo un
pequeño reflejo de nuestro gran horizonte en donde Dios hará realidad su
justicia, que es darnos todo lo que nos ha preparado. Sí, darnos todo, porque
Él quiere. Esa es su justicia, dar.
APRENDER A ORAR, ORANDO
¡OH,
SEÑOR!
Dios, porque
caigo a menudo en la impaciencia
dame fe para
seguir esperando
lo que mis
ojos quisieran ver antes que después.
Dios, si Tú
quieres, confíame un poco de tu espíritu
para que,
las fisuras que se abren a mi paso,
gocen de
mi perdón y reconciliación con todos.
Ayúdame, oh
Dios, a esperar aunque desespere
A mirar
hacia lo alto, aunque me tiren de abajo
A comprender
aún a riesgo de ser tenido por loco
A rezar,
aunque me digan que soy un iluso.
Oh, Señor,
regálame un poco de tu fuerza
porque,
frecuentemente, me siento asaetado
empujado al
abandono y a dejar de llamar a tu puerta.
Oh, Señor,
si yo te pido algo que no me conviene
hazme ver
que, no es que no me das,
sino que me
ofreces aquello
que menos
infeliz me puede hacer.
Hazme entender
que no es bueno sembrar con tormenta
y que, al
dejar el grano en la tierra,
lo he de
hacer con cariño, tiento y paciencia.
Oh, Señor,
pon en mis labios palabras oportunas
para que,
lejos de engañarte,
digan lo que
mi corazón cobija y mi mente piensa
Para que,
lejos de acercarme a Ti con rodeos
sea como el
agua transparente
que se
desliza rápidamente por los manantiales.
Oh, Señor,
que sepa sentirte, amarte,
servirte,
rezarte y alabarte
como tu
nombre requiere y merece
Amén
(Javier Leoz)
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