Antes de concluir la Pascua el mensaje de este domingo nos invita a reconocer la fuente que nos hace ser. La liturgia de este domingo nos invita a ahondar en este gran don del cual nace
el mandato de Jesús de amar a los hermanos.
El evangelista Juan nos invita a que, ante todo nos dejemos
amar por Dios que tomó la iniciativa, amándonos con amor totalmente gratuito e
inmerecido. Muchas páginas de la Biblia nos muestran un Dios que parece no
darse por satisfecho hasta que encuentra descanso en el corazón del hombre. Es un amor, que no tiene su origen en nosotros
sino en Dios; que nos enriquece y nos transforma para que podamos cumplir el
mandato de amar a los hermanos. Este es el gozo al que Jesús nos invita a participar: que no tengamos
miedo, ya que podemos contar con su amor fiel y poderoso; que no nos encerremos
en un individualismo estéril, sino que seamos buena noticia para los hermanos
con nuestra dedicación y empeño.
En nuestra sociedad los lazos de afecto y amistad son frágiles.
Sólo el amor desinteresado que viene de
Dios por medio de Jesús Resucitado puede ayudarnos a romper el muro de egoísmo
que tiende a la división y al enfrentamiento. Como nos plantea este video que acompaña nuestro comentario, lo importante es demostrar desde dónde hacemos las cosas, y esa causa inicial sólo puede ser una: el amor. Poner el corazón lo primero.
Dios ofrece su amistad a todos sin distinción. No depende de
las cualidades de quienes lo reciben, sino de su bondad y generosidad. El Padre
ofrece al Hijo a todos, sin distinción. Sin embargo, este gran don de Dios no
es acogido por todos con la misma disponibilidad; el centurión pagano Cornelio
con su familia es el símbolo de aquellos que abren su corazón al amor de Dios.
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