“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4)
Cada vez que preparamos las cosas para salir de viaje nos preocupamos de que no se nos olvide el cargador... ¡qué peligro quedarnos sin batería! ¡estar sin conexión!
Ya podemos tener el mejor dispositivo, la conexión más rápida, todos los gigas posibles... pero sin nos quedamos sin batería, ¡vaya caos!
Hay que permanecer con carga, hay que estar dispuestos a recargar y para ello hay que buscar la fuente de alimentación de nos dé la carga.
Para un cristiano la fuente de alimentación, su carga, la vida para estar a 100% sólo puede ser Jesús.
(pincha en el título para seguir leyendo)
La relación de amistad que el Señor establece con nosotros
implica por nuestra parte «permanecer en él». Esta realidad se expresa de
diferentes maneras, insistiendo en el mismo hecho: «el que permanece en mí y yo
en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn
15,5); «al que no permanece en mí lo tiran fuera…» (Jn 15,6); «si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará» (Jn 15,7); «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en
su amor» (Jn 15,10).
Que no se nos escape la insistencia del verbo «permanecer»
que, a lo largo del relato, se repite diez veces, indicando la perseverancia
para vivir en comunión de vida con el Señor mediante la fe, la esperanza y el
amor, afrontando todas las dificultades que encontramos a lo largo del camino
de nuestra vida.
En el mismo tema abunda la segunda lectura: «Quien guarda
sus mandamientos (los de Jesucristo) permanece en Dios, y Dios en él; en esto
conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio» (1 Jn 3,24).
Guardar los mandamientos de Dios quiere decir no amar solo de palabra y de
boca, sino de verdad y con obras.
Obras son también las que sirvieron para que san Pablo fuese
admitido en la comunidad de los discípulos, gracias al buen hacer de su amigo
Bernabé. La primera lectura propone este episodio, muy real, primero de
desconfianza en la persona del perseguidor Saulo de Tarso y,
sucesivamente, de acogido en la comunidad cristiana, una vez que Pablo
«contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en
Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús» (Hch 9,27).
Este es el desafío que el Señor nos presenta: ser testigos
creíbles de su resurrección, no en teoría sino con el testimonio de nuestra
vida, una vida que queda totalmente transformada en la medida en que vivamos
nuestra unión con Jesucristo, que nos repite: «Sin mí no podéis hacer
nada».
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