Este cuarto domingo del tiempo ordinario, como los demás entre el tiempo de Navidad y Epifanía y el tiempo de Cuaresma, parece domingo de transición entre tiempos privilegiados o fuertes, como si no tuviera una entidad en sí mismo. La cuesta de enero va llegando a su final y la Palabra de Dios nos transmite un mensaje de aliento para todo momento: SED FELICES.
El evangelio nos presenta el texto quizás más emblemático de los evangelios sinópticos, el comienzo del Sermón de la Montaña según san Mateo, las “Bienaventuranzas”. Emblemático y original. Original porque Jesús viene a “dar plenitud”, desde este suave monte, donde la tradición coloca la escena, a la ley que en el abrupto Sinaí entre nubes y truenos Yhavé dictó a Moisés.
El mensaje de Jesús no es una ley a la que someterse, que cumplir; sino un programa para ser felices; es decir para que el ser humano consiga lo que más desea, la felicidad. La originalidad está en dónde pone Jesús la felicidad. La primera lectura y la segunda nos ponen ya en alerta: está en la humildad que busca la justicia, la moderación; no en ser poderosos, ni aristócratas, ni eruditos…, y por lo tanto en algo que hoy diríamos que no es lo correcto socialmente, que no coincide con las expectativas que la persona humana suele fijarse para ser feliz.
UNA PLEGARIA PARA ESTA SEMANA:
LLÁMAME BIENAVENTURADO, SEÑOR
Si soy capaz, con el lápiz
de mi vida,
de dibujar tu rostro allá
donde yo me encuentre.
Si, por la caridad, traduzco
en práctica
lo que en lenguaje y palabra
puede sólo quedarse.
Si soy capaz de iluminar
tantas situaciones de mi mundo
con tus promesas,
indicaciones y actitudes.
LLÁMAME BIENAVENTURADO,
SEÑOR
Si, la felicidad, la
encuentro en la paz y no el odio
Si, en la pobreza, alcanzo
el exponente de mi riqueza
Si, en la sencillez,
encuentro el secreto de mi vivir
Si, en la mansedumbre, veo
mi fortaleza
LLÁMAME BIENAVENTURAD, SEÑOR
Cuando me veas llorar
agarrado al madero de la cruz el otro
y no reirme de la mala
suerte que le acompaña
Cuando me revele ante la
injusticia, el hambre
o la incertidumbre del que
busca dignidad
Cuando mi corazón no sea
discordia sino concordia
y, ante todo, un surtidor de
misericordia
LLÁMAME BIENAVENTURADO,
SEÑOR
O, lo que es lo mismo, feliz
por ser diferente:
Limpio de corazón, antes que
roto en las entrañas
buscando la paz, y huyendo
de contiendas y peleas
Incomprendido por defender a
la verdad
antes que ensalzado por
encubrir la mentira
Valiente ante calumnias e
injurias
y haciendo frente a las
falsedades que aturden
LLÁMAME BIENAVENTURADO,
SEÑOR
Cuando me veas alegre por tu
causa
y, contento, por darte lo
mejor de mis años.
Cuando me veas decidido por
tu reino
y sembrando ilusiones en mi
camino
Cuando cierre los ojos a
este mundo
y, al contemplarte cara a
cara,
pueda decir que “ser
bienaventurado”
es no caer en la falsa
telaraña
de las felicidades, huecas y
baratas,
que el mundo o la sociedad
nos da por ciertas.
Amén. (P. Javier Leoz)
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