Reflexión para el domingo XXV del Tiempo Ordinario
“No podéis servir a dos amos…No podéis servir
a Dios y al dinero”
¿Servicio o
servidumbre?
Parece una
tontería entrar en esta distinción cuando tenemos tan claro el texto del
Evangelio: o Dios o el dinero. ¿Así de fácil? ¿así de difícil? La verdad es que
nos lo deja muy claro y no nos da ningún margen.
Por eso a mí me
parece muy importante distinguir entre servicio y servidumbre, y no es por
abrir una gatera por dónde escapar “cristianamente” de esta decisión.
El siervo tiene un amo, elegido o no, justo o no,
al que quiere o no, al que te entregas con voluntad o simplemente obedeces
por miedo, costumbre, rutina, o por que te protege y asegura una vida mediocre,
pero vida al fin y al cabo.
Desde esta
perspectiva, hay que elegir: servir al amo con honradez, o con villanía;
aceptarlo como es o engañarlo. Pero…¿quererlo?
“Los hijos de la luz” de los que habla el
Evangelio y en los cuales queremos vernos reflejados, son servidores, no siervos. Han elegido el servicio por propia
voluntad, desde la libertad, y más importante aún, desde el amor.
Puedo elegir
servir a Dios desde el corazón, desde ese amor que me llena y al cual me siento
ligado, agradecido, realizado, querido, cuidado. Ese amor que da sentido a mi
vida, la cual pongo a su servicio desde mi voluntad.
Y poner mi vida
a su servicio supone poner TODO, incluido el dinero.
Los hay siervos
del dinero, sufriendo su servidumbre.
Los hay
servidores de Dios que ponen su dinero al servicio de lo más humano: el amor. Y
ese amor nunca se queda en uno mismo, si es amor del de verdad, sino que pone
su vida, incluido su dinero, al servicio del hermano más necesitado: de las
organizaciones más solidarias, del pariente desfavorecido, del amigo caído en
desgracia, de la última catástrofe, de
la necesidad conocida de un vecino, incluso de ese billete de autobús que pagas
a un hermano que sube sin dinero o sencillamente sin cambios, porque el dinero,
como el amor, no se puede medir en cuánto tiene el otro, sino en qué puedo yo
hacer con el que tengo.
De esta manera
la decisión entre servir a Dios o ser siervo del dinero, se convierte entre
elegir ser libre o ser esclavo. Y esto creo que todos lo tenemos claro. (Concha Morata)
2. UNA IMAGEN PARA PENSAR
3. UNA PLEGARIA SENCILLA Y REALISTA
Jesús me pide
escribir “dinero” con minúscula;
me pide hacer del dinero un medio, nunca un fin;
me pide no
hacer del dinero un dios,
porque Dios con mayúscula solo hay uno.
Jesús me
habla de este Dios, desde este Dios,
y me invita a buscar a este Dios,
a
encontrarme con Él, a ganármelo.
En vez de lamentarme del afán de dinero,
Jesús
me pide abrirme más y más a Dios y vivir desde Él.
Así es como no endiosaré al
dinero.
Tengamos
la inteligencia de tener a Dios
por más importante que al dinero,
y, si
el dinero nos lleva a perder de vista a Dios,
tengamos la valentía de renunciar
al dinero.
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